En mi mente, la imagen clásica: una mesa pequeñita, con muchos
detalles bonitos, un juego de loza hermoso y floral, una bandeja con bocados…
eso es lo que pienso cuando leo “afternoon tea”, tradición inglesa que
se define
en el libro El arte del té, de Yasu Kakegawa, como “un
momento agradable: se invita a amigos a tomar un té acompañado de scones, unos
panecillos dulces o salados. Esta tradición nació a mediados del siglo XIX en
los medios aristocráticos, antes de difundirse más ampliamente entre la
población”.
La once en Chile tiene puntos comunes: lo confortable del
momento, la presencia del té (pero también del café y la leche), la comida. Sin
embargo, aunque ritualizada igual, la once no tiene esquemas tan establecidos:
depende de cada persona, cada familia, en cada hogar. Además, reemplaza
frecuentemente a la cena, ya que se ha transformado en la última comida del día.
Con sus muchas particularidades y en la inmensa variedad según mesa exista en
el país, nuestra querida once define en sí una tradición nacional tan
encantadora y cosy como el afternoon tea.
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